jueves, 29 de diciembre de 2022

El lento.

Soy la persona más lenta que conozco. En cada cosa que hago me demoro demasiado, y mis tiempos no van con los de los demás. Diez y ocho meses estuve en el vientre de mi madre, y mi parto duró tres semanas con sus días y sus noches. Cuando di mi primer paso, duré 20 minutos en un solo pie antes de aterrizar el segundo en el suelo. El día que entré a estudiar mis profesores eran novatos, y mientras yo terminaba mis estudios ellos se estaban pensionando. Solo en una cosa soy muy veloz: en enamorarme. Y sin embargo, para cuando puedo expresarlo, el amor se ha convertido en rutina, la rutina en despecho y el despecho en amistad. Así que creo que tampoco vale. No sé por qué soy tan lento, quizás me gusta admirar cada instante con demasiada atención. Y bueno, ya me voy, porque llevo unos buenos años escribiendo estas palabras, la vejez ya me asecha y con suerte la muerte me recibirá despacito despacito, como buena amiga en su lecho, ella que sí tiene todo el tiempo del mundo.

jueves, 7 de enero de 2021

Ayer

Me enamoré del día de ayer
Se me enredó al verlo pasar
En una esquina su amanecer
En una calle su caminar
Me enamoré del día de ayer
Sus ojos lindos para llorar
Sonrisa rosa que la escuché
Mientras me hundía en su lunar
Me enamoré del día de ayer
Le regalé por siempre quien soy
Más se llevó mi regalo con él
Cuando volví a buscarlo ya hoy
Me enamoré del día de ayer
El día de hoy me abandonó
Mañana en la esquina lo buscaré
Quizás si regresa también vuelvo yo.

sábado, 10 de marzo de 2018

Callejeando por Ciudad Verde

¡Qué poco tiempo queda ahora para salir a caminar, y solo pensar!
¡Qué poco tiempo queda ahora incluso para los amigos!
Y por fin, entre los afanes del día a día, fui de visita a casa de uno
de esos parceros, porque se le debe, porque hoy es importante verlo,
porque a veces debo por lo menos intentar ser un buen amigo.
Pero mi falta de entrenamiento en esto de visitar me ha hecho llegar
con mucho tiempo de anticipación al lugar en que me recogerá,
el Colsubsidio de Ciudad Verde, y como odio estar quieto no me
queda de otra sino caminar sin sentido, caminar yo y darle piernas a
mis pensamientos para que caminen a mi lado, o por su lado si así lo prefieren.


Ciudad Verde es de esos nuevos lugares en Soacha que le agregan
una pieza más a este extraño municipio que tanto amo, a esta colcha
de retazos desiguales, unos en las lomas, otros en los campos, unos
planificados, otros improvisados, pero todos siempre apuntando hacia el sur.
Ciudad Verde es enorme, se me antoja infinita. Gigantescos edificios de
incontables apartamentos se extienden en todos los sentidos hasta donde
la vista puede dar, y me recuerdan al Proceso de Welles,
un escenario kafkiano, o las infinitas oficinas de una película de Billi Wilder.
Me siento perdido en un lugar tan grande, y siento que todas las calles
son parecidas, me da un poco de vértigo intentar ubicarme y lo mejor es
dejarme llevar. Hay una tranquilidad extraña en este sitio, los espacios
son muy abiertos, cosa extraña en el sur, pero se puede entender al
ver las rejas que encierran los lugares de vivienda, que me hacen pensar
en los guetos de judíos en esos oscuros tiempos del siglo XX.


Camino lentamente por los anchos andenes, y observo la gente caminar como yo.
Ellos van de afán, y poco se fijan en su rededor, tienen algo qué hacer y tienen
el tiempo medido, así me debo ver yo todos los días. Debo aún caminar una larga
manzana de edificios para llevar al chacero que diviso en lo lejano, camino despacio
observando el cielo que empieza a adquirir los colores de una tarde sosegada.
Cuando llego por fin al vendedor, un venezolano como muchos que se rebuscan
la vida en este sector, compro dos cigarrillos. Pensando en este lugar de belleza
tan extraña olvido recibir las vueltas, y el venezolano casi preocupado me lo hace
notar. Este es de los míos, pienso, está jodido pero es honrado.


¿Y qué es lo que me ha hecho olvidar las vueltas? Una de las cosas que más amo
de Suacha: un atardecer. Los atardeceres aquí son de esos que persiguen los
fotógrafos con afán, esos que persiguen los pintores sin nunca alcanzarlos,
esos que Cortázar aconsejaba filmar. Los colores del cielo cuando el día se
agota en la tierra del sol, son incontables, incontenibles, inconcebibles.
Y ahí están, una vez más frente a mi, pero nunca había visto el atardecer desde
Ciudad Verde. Los edificios parecen inclinarse al sol, como despidiéndose y
rogando que al otro día los vuelva a iluminar. La iluminación pública gana el
pulso a la oscuridad, y todo adquiere un tono amarillo y naranja.
En ese momento encuentro a mi amigo.


Callejear con un amigo es otra cosa. Las palabras salen a caminar también, la
conversación avanza sin que uno se dé cuenta, y uno avanza sin que la
conversación tampoco lo note. Nos paramos en un parque, y fumo un cigarrillo
mientras mi amigo me explica algunas zonas importantes en el sector, que para
mi sigue siendo indescifrable. El viento corre libre y feliz entre las grandes calles,
y el frío pesa cada vez más. Solo un par de polas hacen falta para completar
el cuadro, y surgen como convocadas por las palabras que están secas de caminar.

Mi tiempo libre ha terminado, y me dirijo de nuevo a casa. Desde el bus veo
las calles, edificios, vendedores y luces retroceder, como una película que
se devuelve. En el bus todo se va más rápido, y devolverse es imposible.
En esa pantalla que es la ventana veo mi caminata como si fuera un titular,
el resumen de una noticia, hay cosas que solo se pueden vivir caminando,
y hay momentos que solo se pueden revivir escribiendo.

martes, 22 de agosto de 2017

La historia: entre el optimismo y el desencanto

Sobre el texto “La historia o la lectura del tiempo” de Roger Chartier

Roger Chartier nos plantea en su texto “La historia o la lectura del tiempo” un análisis de la evolución de las formas de concebir esta disciplina, es decir, un análisis de la historiografía para poder entender las problemáticas que le son propias. Se parte de la llamada “crisis de la Historia”, que es precísamente el punto en donde surge el confrontamiento entre aceptar la Historia como una verdad objetiva, y las dudas que casi de forma natural surgen de tal afirmación. Esta revisión del concepto que se tiene sobre la Historia es fundamental para acercarse de forma crítica a su construcción, pero también lleva a un desencanto peligroso, un relativismo que no permita establecer un entendimiento del devenir de la humanidad, y ambas perspectivas, una aceptación acrítica o un escepticismo radical nos pone en un problema difícil de enfrentar.

Si bien esta crisis de la Historia se plantea en el texto como un hecho surgido en una época específica, es importante resaltar que ha tenido sus ecos hasta la actualidad, especialmente en movimientos sociales y anti hegemónicos que reclaman otras visiones no incluídas en los relatos oficiales, de donde surge la duda ante esa Historia oficial. Con razón estos sectores sociales denuncian una parcialidad en el dictamen de versiones que se declaran imparciales, ya que no se ven reflejados en dichos relatos. De allí que surjan otras formas de hacer historia, tales como las microhistorias referenciadas por Chartier, pero también importantes ejercicios de memoria que están en constante movimiento y tejido en las bases populares. También existe una tendencia a dejar de creer en una Historia total, generando una duda ante todo gran relato, tras el cual siempre existe una sospecha de poder hegemónico.

Ante este panorama caótico de diversas versiones de hechos, memorias, microhistorias, y relatos históricos siempre bajo sospecha, se podría abandonar la esperanza de entender una historia total, tal como se plantea desde la posmodernidad, el fin de los grandes relatos. Si nos encontramos ante este panorama, debemos entonces preguntar: ¿Para qué sirve la historia? ¿Necesitamos una historia total, universal o global? El ser humano, así como las sociedades que forma, se construyen a partir de los relatos. Son los relatos los que le dan sentido a una existencia en principio sin sentido. Son los relatos, la construcción del pasado, lo que genera una identidad, y como ya mencionaba Elizabeth Jelin en “Los trabajos de la memoria”, no son solo una mera interpretación del pasado, sino que son una apuesta a futuro. Una historia total nos permite entonces entender, o por lo menos construir un sentido, del camino que ha tenido la humanidad, con sus variaciones, particularidades y diferencias. Y de esta misma manera nos permite imaginar, en la innegable aldea global cada vez más interconectada, opciones de futuros para el conjunto humano.

Pero si tenemos esta necesidad manifiesta de la historia, ¿qué salida podemos encontrar a la disyuntiva entre los discursos que se ocultan tras la historiografía, y el escepticismo total? Algo que se propone desde el texto de Chartier es confiar en el rigor del que hace uso el historiador, un rigor que parte del método científico propio del positivismo y la modernidad, y que de alguna manera asegura por lo menos un trabajo bien hecho, que se refuerza en la era digital, donde el lector puede más fácilmente verificar las fuentes que usa el historiador para construir su relato.

Ahora bien, aún en tiempos digitales es claro que aunque el historiador intente hacer bien su trabajo, en general la construcción de historia está mediada no sólo por su subjetividad, sino por un marco temporal que le define de alguna manera los temas a tratar, y la manera en que lo hacen. Es decir, en determinados tiempos ciertos temas tienen relevancia o son permitidos, y esto está dado por unas estructuras sociales y de poder dadas, que complejizan el quehacer histórico, y reviven la duda sobre la historia. Esto sin contar que el método científico mismo puede ser puesto en duda, aún en las ciencias duras, puesto que también está enmarcado en unas posibilidades o imposibilidades de entender el mundo, y que desde propuestas como las epistemologías del sur, ha sido cuestionado como única forma válida de acceder al conocimiento.

¿Es imposible entonces construir una Historia que dé cuenta de nuestra humanidad, y que nos permita construir proyectos de futuro? Quizás las claves se encuentren precisamente en los relatos que se salen de esa Historia totalizadora, y que vienen en su auxilio. Una de las cosas sobre las cuáles llama la atención Chartier, es la relación que existe entre las micro historias y la macro historia. De alguna manera, la una no se puede entender sin la otra, y existe una permanente tensión, similar aunque no igual a la tensión Historia-memoria. Es allí que radica el punto clave para poder, si no totalizar una Historia, por lo menos no quedar en el vacío de una no historia que nos impida proyectarnos como humanidad. La memoria, como las microhistorias, dialogan, discuten, complementan, nutren, contradicen a la historia totalizante con historias particulares; y esta última les da sentido, las anexa, las niega, las reordena, las estructura en un relato que permite una visión general.

No se trata ya de entender la Historia como un producto que encierra la verdad, ni como un total imposible, ni entender la microhistoria o la memoria como la verdad oculta o la subjetividad conflictiva. Se trata de una lucha permanente que ha sostenido el ser humano por configurar relatos. Es la historia de los relatos, los oficiales que dictaminan, los excluídos que cuestionan y con el tiempo se reconocen. Es la batalla de los olvidos por ser relatados, y de los recuentos  por ordenarlos y darles sentido. Es la humanidad en una reescritura constante, una reinterpretación constante que vela por dar un sentido al pasado y construir propuestas de futuro. Y en este permanente diálogo, tanto los grupos sociales, como la humanidad en su conjunto, se juega constantemente la interpretación de su pasado y los derroteros de su porvenir.

Luís Alexander Díaz Molina

REFERENCIAS

CHARTIER, Roger (2012). La historia o la lectura del tiempo. Gedisa, Madrid.

JELYN, Elizabeth (2001). Los trabajos de la memoria. Siglo Veintiuno Editores, Madrid.

LYOTARD, Jean-François (1979) The Postmodern condition: a report on knowledge. Les Éditions de Minuit, París.

La producción simbólica como trabajo de la memoria

La producción simbólica como trabajo de la memoria

Sobre el texto de Elizabeth Jelyn, los trabajos de la memoria.

¿Quién soy yo sino los recuerdos de mi pasado, y mis proyecciones en el futuro? El tema de la identidad atravesada por la memoria, y las complejidades de esta última en la construcción de la primera, es lo que plantea Elizabeth Jelin en su texto “Los trabajos de la memoria”, haciendo explícito  con este título el carácter relativo, parcial y no absoluto, de algo que en el sentido común se asume como definitivo e indudable. Quizás precisamente porque de la memoria depende nuestra identidad, tememos enfrentar que no es algo absoluto sino una construcción que se negocia día a día, que se preserva y a la vez se transforma en nuestro paso por el tiempo.

La vertiginosidad de nuestra era a la que la autora, citando a Huysen, atribuye la explosión de la “cultura de la memoria”, tiene implícita otra cuestión que refiere a la necesidad del relato del ser humano para dar sentido a su fugaz existencia en el mundo. En la lucha constante contra el olvido, en la batalla perdida contra la muerte, la memoria es una herramienta para trascender en una historia, y en ella las experiencias y perspectivas de la vida propias. Los grupos sociales también crean sentidos para sí mismos a través de la memoria, en una compleja relación individuo-sociedad que por un lado posibilita estas narrativas, y por otro las ponen en conflicto tanto entre los individuos que las componen como con otros grupos sociales. Cabe entonces preguntarse ¿Por qué medios concretos se dan esos trabajos de la memoria?

La memoria, sujeta a unos condicionamientos sociales e históricos y al individuo o grupo que la genera, reclama o legitíma sentidos del pasado con miras a las expectativas que se tienen, y al ser diferentes los intereses de los individuos y grupos sociales, se generan disputas por establecer como historia oficial, o al menos como una narrativa reconocida, la memoria propia. Estas disputas, por supuesto, no están ancladas simplemente al pasado, sino que sus efectos en el presente y el futuro proyectado implican perspectivas políticas concretas, por lo que estas luchas de creación de identidad pasan de lo anecdótico a lo militante, y el discurso que se construye para su legitimación deviene en herramienta de lucha. En ese discurso quiero llamar especialmente la atención, pues es en el plano simbólico que se da la principal batalla de la memoria.

En el capítulo 3, “Las luchas políticas por la memoria”, citando a Fernández, Jelin expone el caso de la Guerra Civil en España, en el que se plantea que a partir de la elaboración de la memoria traumática de la guerra fue posible un “olvido político” o “silencio estratégico” que permitió la construcción de un futuro. Lo que se resalta aquí es que este olvido fue posible porque  “en el plano cultural la Guerra Civil sc convirtió en el foco de atención de cineastas y músicos, de escritores y académicos” (Jelin, 2001, p.46). Es precísamente la producción simbólica la que realiza esos “trabajos” de la memoria, esa transformación que da un valor agregado a la experiencia individual o colectiva dándoles un sentido a través de la narración.



Aquí es preciso recordar lo que señala Aristóteles en su Poética: “Que por eso la poesía es más filosófica y doctrinal que la historia; por cuanto la primera considera principalmente las cosas en general; mas la segunda las refiere en particular.” (Aristóteles sf/1948). Es decir, mientras la historia intenta narrar los hechos, estableciendo las verdades parciales que se asumen como oficiales, el arte juega el papel de la representación poética de una memoria que, como señala Jelin, funciona como una lección para el futuro. Al poner en clave artística las experiencias particulares, volviendolas metáforas, las elabora como memorias de una sociedad.

Y eso por eso que la producción simbólica es uno de los principales escenarios de batalla de la memoria. Surgen relatos desde distintas visiones e intereses que son representados a partir de producciones culturales, que buscan un lugar y un reconocimiento en la sociedad, especialmente cuando son memorias no reconocidas oficialmente. El arte es entonces una de las principales armas de resistencia ante las versiones oficiales de la historia. El arte propone narrativas que se instalan en el imaginario de las sociedades, consolidando o rebatiendo una versión determinada de verdad.

De allí la importancia que se le da a la monopolización de los medios de comunicación, las industrias culturales, el uso de la censura, y en general toda forma de producción simbólica desde el poder. Y también allí radica la especial relevancia que cobra el arte y la producción simbólica en los procesos sociales que resisten a un relato hegemónico.

Sin embargo, estas formas de resistencia deben pensar su papel no sólo como formas de denuncia o resistencia al relato hegemónico, sino también su propuesta de construcción política e histórica, para no caer en la memoria literal, sino en la memoria ejemplar, en palabras de Todorov. La producción cultural y simbólica tiene entonces un deber no solo con el pasado, se crean representaciones proyectando un futuro, pues el arte crea una memoria que retoma lo particular del pasado para comprometerse con el futuro.

Luís Alexander Díaz Molina

BIBLIOGRAFÍA

JELYN, Elizabeth (2001). Los trabajos de la memoria. Siglo Veintiuno Editores, Madrid.

ARISTÓTELES (1948) Poética (José Goya y Muniain Trad.) Buenos Aires.

lunes, 13 de febrero de 2017

La cita

Te espero sin ganas,
esperando no vengas,
mas con la certeza de que vendrás.
Te espero angustiado,
tal vez serás dura,
o quizás con dulzura me abrazarás.
Te espero con miedo,
lleno de preguntas
que no dejarás ya más contestar.
Te espero con ansias,
quizás te deseo,
quizás lo que quiero es la espera acabar.
Te espero y te miro
de un lado a otro,
y un día de mi tú te acordarás
Te espero y espero.
Y así no esperara
tengo la certeza que un día vendrás.

sábado, 7 de enero de 2017